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La misteriosa zona de confort

  • Foto del escritor: Alberto Rivera
    Alberto Rivera
  • 20 dic 2017
  • 5 Min. de lectura

Por: Victoria Cadavid


En el ejercicio como coach he visto que uno de los escenarios más comunes es el de las personas que inician un proceso motivados por la intensión de “salirse de su zona de confort”. Pensando en esto me di cuenta de que si bien “zona de confort” es un término que cuando se menciona parece tener el mismo significado para todos y ser entendido (o interpretado) de forma universal como un estado de relativa calma (o relativa ansiedad) en el que la característica principal es la ausencia de riesgo y cosas desconocidas, la zona de confort encierra para mí ciertos misterios que superan su simple interpretación…

El primero de los misterios de la zona de confort es el hecho de que al parecer las personas solo somos conscientes de ella cuando empezamos a sentir la necesidad de dejarla.

La forma en que los seres humanos nos aproximamos a este concepto es más o menos la misma, es una sensación de necesitar un cambio, de sentir que necesitamos expandir nuestros horizontes o ampliar nuestra visión. Esa extraña sensación de necesitar algo más o algo diferente, es al parecer lo que nos permite identificar que estamos “acomodados” en una “Zona cómoda”, pero ¿Es realmente cómoda?

La razón por la que se le ha denominado zona de confort es porque en ella no hay riesgo, allí encontramos lo conocido, lo familiar, todas esas cosas a las que estamos habituados (buenas o malas), lo interesante y lo que a mi juicio es una gran ironía es que allí normalmente no nos sentimos cómodos, nos sentimos “acomodados”, que es algo diferente…

Cuando estamos acomodados, sabemos cómo hacer las cosas, cómo encarar la dificultad, podemos prever lo que podría llegar a ocurrir e incluso podemos demostrar maestría en resolver los desafíos cotidianos que se presentan en el pequeño territorio de lo conocido. La pregunta que me lleva al misterio número dos es… ¿Si allí dominamos el escenario, somos amos y señores de nuestros hábitos y nuestras rutinas, conocemos todo lo que nos rodea… ¿Por qué nos queremos salir?

¿No les parece extraña esa necesidad del ser humano, de querer sacrificar lo que conoce y lo que domina en aras de algo bueno, mejor o simplemente algo diferente? Para mí es todo un misterio, y me lleva a creer que posiblemente la búsqueda de la felicidad implica no solo la aceptación del cambio como algo inevitable, sino la búsqueda natural del cambio como algo que contribuye a la felicidad de los seres humanos.

Para muchas personas a las que el cambio les asusta esta con seguridad podría parecer la más grande ironía en la historia, sin embargo el hecho de que por alguna razón la mayoría de los seres humanos en algún punto de la vida lleguemos a desear que nuestro horizonte se expanda, que nuestro conocimiento aumente, que nuestros hábitos cambien, etc., es una muestra de que los seres humanos estamos diseñados para buscar el cambio como parte de nuestra propia naturaleza.

Yo no desconozco que hay personas con mucha mayor propensión al riesgo y otras con mayor apego a nuestros miedos. Yo misma me clasificaría en la segunda categoría, sin embrago, también reconozco esa voluntad, esa necesidad, ese extraño deseo de cambio (salido de no sé dónde) que muchas veces nos hace querer sacrificar lo conocido en busca de cosas mejores, más emocionantes o simplemente diferentes.

Ese deseo de experimentar, ese deseo de conocer y de ver más allá es muy evidente en los niños, que parecen no tener muchos prejuicios respecto a exponerse a lo desconocido. Los niños se aburren rápido de lo mismo, quieren saber qué hay más allá y no experimentan el mismo miedo que tenemos los adultos a sacrificar todo lo que conocemos.

Esto me hace pensar en el tercer misterio y es… Si cuando somos pequeños parece que esa zona no existiera, ahora que somos adultos ¿Por qué nos da tanto miedo dejarla incluso a pesar de que algo nos mueva intensamente a salir?

Esa sensación de querer dejar la zona de confort es algo que los teóricos denominan tensión creativa y ese profundo temor de sacrificar lo conocido y exponernos a lo que no conocemos lo han llamado tensión emocional. Que tan intensa sea esa lucha entre la tensión que nos impulsa a buscar cambios y retos y ese miedo que nos paraliza y se convierte en la más grande justificación para evadir el cambio, tiene mayor o menor intensidad dependiendo del individuo.

Hay casos en los que la tensión emocional es tan fuerte que la persona prefiere quedarse por mucho tiempo en su zona “cómoda” o desarrollar mecanismos para evadir los cambios o simplemente hacer pequeños ajustes que no impliquen una verdadera transformación.

Por el otro lado, existe un sinnúmero de casos en que las personas encuentran valor en reconocer su capacidad, se apegan a sus valores más profundos, recuperan eso que de niños los movía a querer aprender y querer buscar nuevas experiencias y provechan la tensión creativa para tomar la valiente decisión de salir de su zona de confort.

El descubrimiento más grande y quizás el últimos de los misterios que quiero abordar es: ¿Qué es lo que pasa cuando finalmente decidimos salir de la zona de confort.

En mi experiencia, lo que devela ese misterio es algo particular para cada uno. Para muchos es un encuentro consigo mismos y un descubrimiento de toda su capacidad, para otros es el conocimiento de cosas nuevas, para muchos es una transformación personal, una sensación de estar empoderados o haber recobrado el control de su vida. Para algunos representa el logro de la visión o el alcance de sus sueños. Lo único cierto es que nada es igual cuando decidimos salirnos de la zona de confort.

Cuando decidimos salir, el temor más grande es no poder regresar nunca más a lo conocido o caer en un vacío profundo de fracaso, sufrimiento y vergüenza, sin embargo lo que realmente sucede es que con esas acciones que nos retan a hacer lo que nunca hemos hecho, a probar métodos descabellados, a usar nuestra creatividad sin preocuparnos por lo que los demás puedan pensar, lo que logramos es expandir el terreno de lo conocido, aprender y descubrir de qué somos capaces.

La fórmula suena simple, sin embargo nadie dijo que fuera fácil desafiar a los dragones de temor y desconfianza que custodian nuestra zona cómoda. Nadie dijo que fuera fácil hacer camino en un territorio totalmente desconocido o que fuera sencillo arriesgarse a caminar por un sendero inhóspito por el que nadie ha caminado, sin manual.

Lo único cierto es que este camino por duro que sea y aunque implique un monto indecible de trabajo, es lo único que nos conduce hacia eso que nuestra consciencia nos trata de indicar cuando señala que es hora de salir de la zona de confort. Este camino conduce hacia nuevos horizontes de conocimiento y nuevas experiencias que no solo nos hagan sentir satisfechos sino victoriosos, que contribuyan a satisfacer el sentido natural de propósito en todo lo que hagamos y nos conviertan en versiones mejores de nosotros mismos, al fin de cuentas en eso consiste el desarrollo y es la única evidencia de que estamos dando pasos hacia conseguir lo que nos hace verdaderamente felices.

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